domingo, 4 de mayo de 2014

El mundo que estamos dejando a nuestros nietos



Puede ser una de las frases más dichas en las últimas décadas, quizá modificada con el sustantivo hijos en lugar de nietos como herederos de nuestra mala gestión, pero en definitiva, con el sentido peyorativo que le damos a las perspectivas futuras que tienen nuestros descendientes.

¿Pero es esto correcto? ¿En verdad lo estamos haciendo tan mal?

A mí siempre me ha costado trabajo, pero he tendido a asumir mis propios errores o actuaciones equivocadas, y he intentado corregir lo que se pudiese corregir sin menoscabo de la adversidad del resultado conseguido, pero lo que no estoy dispuesto es a asumir como míos errores de bulto cometidos por los irresponsables que detentan el poder en todos los países del mundo, sean cuales sean sus credos políticos y/o religiosos, y que además se ayudan de una judicatura servil, unos cuerpos y fuerzas de seguridad represivos y teledirigidos, y unos medios de comunicación propios para la difusión de su idoneidad y buen hacer.

No, yo no me considero responsable de las actuaciones cometidas por estos precursores del orden social, económico y político establecido que utiliza el hambre, la energía de las personas, su libertad y sus ilusiones en beneficio propio, y crea mundos y destroza mundos a conveniencia de los que sacará el máximo beneficio posible, utilizando, si es preciso, la corrupción, el chantaje o la extorsión.

Yo no he creado ningún agujero de ozono, ni he talado ninguna selva, ni he eliminado de un plumazo la sustitución de la energía proveniente de derivados del petróleo, centrales nucleares o grandes presas con saltos de agua que modificarán el espacio natural del lugar en que se ubiquen. Tampoco he creado leyes que benefician a las clases más favorecidas en detrimento de los trabajadores, ni he expulsado de la sanidad  a colectivos de población, ni reducido las posibilidades del desarrollo educativo de las personas mediante el cierre de colegios, institutos, eliminación de personal, etc., ni cerceno las pensiones o pagas de funcionarios.


No niego el derecho a amar como o a quien plazca en la forma en que desee, ni a desvincularme de quien me plazca; ni condeno a la indigencia a familias que pierden su trabajo o su casa, ni hago la vista gorda ante suicidios desesperados o violencia de género, ni contribuyo a la trata de blancas ni al comercio de alcohol o estupefacientes, ni a las guerras por motivos políticos o económicos, ni a las luchas de poder entre banqueros o empresarios. No contribuyo al desarrollo de la pobreza, ni al del hambre, ni al de la esclavitud. Ni soy homófobo, ni racista, ni cerceno los derechos humanos o los de los animales. No, no vuelvan a decir "el mundo que estamos dejando a nuestros hijos/nietos". No se lo consiento. Respondan ustedes, políticos de turno.